domenica 7 dicembre 2008

Antropofagia

Aún lo recuerdo. Antes de entrar había caminado una cuadra y media, pensando en la posibilidad de hallar otra vez el álbum que había comprado hace unos años. La tienda no había cambiado mucho, al menos, en mi sección favorita. The Doors, Strange days -leí, al momento de haber entrado-; Led Zeppelin, In through the out door; Black Sabbath, Dehumanizer;… Revisé varios álbumes, y el último era Making movies de Dire Straits; devolviéndolo a su sitio, decidí acercarme a la chica que atendía.
-¡Hola! -dije, quedándome asombrado al instante.
Y de inmediato repuse:
-Quiero Rapture of the deep, publicado en noviembre; el 2005.
-¡Hola! -respondió-. ¿De Deep Purple, verdad?
Estaba en frente de una mujer muy bella, exquisita.
-Sí -dije, sin advertir la hora que era.
-Ahora no lo tengo; se lo acaban de llevar. Pero… por qué no llevas el DVD In concert with the London Symphony Orchestra -decía, sonriente; y el disco casi se le fue de las manos cuando abrió la caja-. Aquí está.
Yo no desaprovecharía su ofrecimiento, quería estar un buen tiempo a su lado. Su hermosura y sensualidad fueron suficientes para invadir mis pensamientos.
Había rozado tímidamente sus delicadas manos con la yema de mis dedos. Hablábamos. Me decía tantas cosas que no me acuerdo casi de nada; sólo recuerdo lo hermosa que era. No sé cómo; pero me veía ahí, del otro lado del mostrador, contemplándola. Ella me miraba fijamente, como si quisiera descubrir en mis córneas el reflejo de mis intenciones, de ese deseo silencioso que me empezaba a enloquecer. Yo no pude disimular; al descubrirme, sin dejar de mirarme a los ojos, humedeció lujuriosamente sus labios con su legua; y empezó a incrustarse por mis pupilas, hasta arrancarme del suelo. Sus besos me empezaban a derretir, me besaba apasionadamente y yo enloquecía por completo. Guio mis manos a su cintura, mientras me susurraba al oído:
-No te preocupes, todo saldrá bien; ¿ok?
Yo asentía temblando. Guiado por mi instinto la presioné fuertemente hacia mí, y se excitó aún más. Se descubrió sus pechos, y empezó a desnudarse de la manera más sensual que nunca había imaginado; en seguida, despojó de mí todo lo que obstruía el rozamiento de nuestros cuerpos. Luego en una intensa actividad física, devorándonos, yo aprendía a interpretar casi bien el papel de un buen amante a quien ella estaría siempre dispuesta a llevarse a la cama cuando quisiera.
Sólo tenía en mente volver al día siguiente; inventar cualquier excusa para acercarme a ella. Me había dicho que abriría a las diez de la mañana y que atendería hasta las ocho o nueve de la noche. Antes de salir de casa, me sentía ansioso; costaba mucho prestar atención a lo que me decían; en las cosas que hacía, era difícil concentrarme. Pues, fue como uno de esos días que se había anhelado desde hace un buen tiempo, y que por fin era el momento. Ya empezaba a anochecer. Salí apresurado; sin despedirme de nadie. En el transcurso no hacía otra cosa más que pensar en ella; en su boca hambrienta mojando mi cuello; y en su voz diciéndome “no te preocupes, todo saldrá bien; ¿ok?”. El tráfico, inminente a esa hora, hacía que tuviera los minutos más interminables de mi vida; cada segundo aumentaba mi desesperación. Al bajar de la combi mi prisa por llegar hizo que caminara en sólo segundos esa cuadra y media que me había resultado pesada al principio.
Cuando llegué la encontré junto a un individuo corpulento, con la barba crecida; mayor que ella. Debe de ser un cliente -pensé-, y me dispuse a mirar los álbumes que ya había revisado; tenía el de Leonard Cohen en mis manos: Songs from a room -leía inconscientemente, deseando que ese sujeto se fuera-; mientras intentaba sacar Space oddity de David Bowie, el tipo venía hacia mí, como adivinando lo que yo pensaba.
-Ya vamos a cerrar -dijo.
Y con eso se iba toda posibilidad de que él sería un simple cliente. Evadiendo esa orden miré hacia la chica y traté de buscar su mirada; pero creo que fue ella quien buscaba la mía.
-Ya vamos a cerrar, señor -interrumpió con más insistencia el sujeto, posiblemente el dueño.
-Bueno, ¡está bien! -dije, maldiciendo.
Ella aún me miraba, mientras yo me resignaba a perderla. Camino a casa recordé su risa, el movimiento de sus labios al hablar; también, que renunciaría al cargo en la tienda.
No la volví a ver más. Y si hay algo visible, que me recuerde a aquella noche, es la huella digital que me dejó en el disco.