mercoledì 11 dicembre 2013

El milagro cotidiano

En calle Melgar, silenciosa como cada mañana, surgió aquello que milagrosamente salvaguarda lo cotidiano.
A lo largo de la calle, una hermosa mujer caminaba sobre la acera, imprimiendo un sonido sensual que retumbaba en sus nalgas; pues, llevaba zapatos de tacón, pantalones ceñidos, desde sus tobillos hasta sus caderas, y una chaqueta que resaltaba la prominencia de sus pechos. El milagro se hizo inevitable al cruzarse con un tipo, quien al verla reluciente, se detuvo junto a un poste de extensión eléctrica para deleitarse con cada paso que ella daba.
El momento mágico se había consumado, el sujeto la observaba y ella correspondía incrementando su sensualidad.

giovedì 31 gennaio 2013

Galería de amor


El jardín de la universidad era ideal para poder continuar con su lectura, no había nadie; las bancas alrededor de una plantación de rosas estarían disponibles sólo para él. Sin embargo, al cabo de unos minutos apareció una mujer que al verlo leyendo, desde luego, se iría; pero, no lo hizo.
Él la miró de reojo, y advirtió que ella le estaba sonriendo tiernamente; ruborizado volvió inmediatamente su mirada hacia el libro. Ella tenía el cabello largo, recogido hacia un lado en una cola levemente ondulada; llevaba unos pendientes de perla y un collar de plata. Vestía un top lila escotado con tirantes que resaltaba perfectamente la prominencia de sus pechos y la sensualidad de su espalda, unos leggings negros que se amoldaban exquisitamente desde sus caderas hasta sus tobillos, unos zapatos de tacón y un bolso, también negros.
Al acercarse a él; puso su bolso sobre la banca, lo abrió, sacó un plátano y empezó a pelarlo con delicadeza, indicándole al muchacho poner el libro a un lado. Él acogió enseguida el espléndido culo de la dama sobre su regazo. Su esbelta silueta, su sonrisa, sus ojos, sus labios, su boca y su lengua… era una mujer muy hermosa. Ella empezaba a recorrer el plátano con su lengua, mordisqueándolo levemente; excitada, mirando al muchacho, se introdujo casi la mitad del fruto, lo mantuvo por un instante en su boca, sosteniéndolo con su mano derecha, mientras se acomodaba el cabello con la otra; luego, empezó a chuparlo, una y otra vez, recorriéndolo lujuriosamente con su lengua; dándole besos y ligeros mordiscos; al hacerlo, libidinosa gemía; meciéndose sobre él, revelándole la gloria de vivir.
Esa lasciva representación concluyó cuando ella dio la primera mordida para empezar a comer su refrigerio. El muchacho la tenía rodeada por la cintura; y el libro aguardaba extendido sobre el bolso. Soy María, dijo ella; envolvió la cáscara en un papel; y se fueron jalados de la mano.