martedì 26 gennaio 2010

Rutinario

Luego de haber vagado por calles desconocidas desperté en casa; y, anunciado por un prolongado bostezo, todo volvía a ser rutinario. Debía mirar el reloj, levantarme, bostezar varias veces, pasarme las manos por el rostro, volver a mirar el reloj, tender mi cama, cepillarme los dientes, darme un baño, cambiarme la ropa interior, los calcetines, el polo negro por otro igual, ponerme los mismos pantalones y las mismas zapatillas, desayunar, cepillarme nuevamente los dientes, no peinarme, coger mi única mochila, despedirme y salir a tomar una combi para ir a la universidad.

Después de haber salido de clases, decidí ir a la biblioteca. Solicité el catálogo de obras literarias y elegí Todos os nomes. Distinguí un lugar alejado para sentarme, un sitio donde no habría alguien que interrumpiera mi lectura. Ya sentado, me dispuse a hojear la novela de José Saramago; me encontraba a punto de empezar con el ritual, aquel pacto que me incita a emprender un viaje por la obra literaria hasta llegar al final. Traté de ignorar todo lo que acontecía al interior de la biblioteca; pero, mi concentración se vio interrumpida por la estrepitosa forma de obrar de un sujeto que manipulaba piezas de ajedrez sobre la mesa. No insistí más; y así, mi rutina se torna cada día más monótona: vagando en lo recóndito de mi mente, caminando por las calles, perdido en mis cavilaciones. Todo esto me induce a la misma rutina; y lo advierto cada vez que despierto en casa, porque, luego del prolongado bostezo, debo mirar el reloj, levantarme, bostezar varias veces, pasarme las manos por el rostro, volver a mirar el reloj; y, lo demás, también debe seguir casi en estricto orden.