Rodeado de algunas palomas, en medio de la acera, entre el poste de
alta tensión, la pared improvisada con sillares y un montículo de basura,
adormitaba un hombre con sus brazos extendidos. Su rostro entumecido y
brilloso, iluminado directamente por el sol, ostentaba su complacencia. Al
mismo tiempo, un ensordecedor sonido proveniente del claxon de la compactadora
de residuos, irrumpió en la calle; bajaron hombres vestidos con túnicas verdes,
cubiertos con mascarillas, provistos de escobas y recogedores.
Las aves agrupadas en el sitio, ocupado antes por los desechos, se
disputaban las migas restantes. El hombre permanecía inmóvil; apenas se percibía
su respiración; sin embargo, abrió los ojos al oír el arrullo de una de las
aves; se sentó precipitado y tosió bruscamente. Todas las plumíferas aguardaban
en silencio, no daban ni un solo paso.
Sin embargo, un crujiente sonido las inquietó; el sujeto con el pan aún
en su boca, decidió guardarlo en su bolsillo; pero, al ser rodeado por las
palomas, lo extrajo de nuevo. Una de ellas revoloteaba insistente sobre su
regazo y consiguió arrebatarle una miga que devoró en el acto; acechaba
nuevamente, extendía sus garras una y otra vez; el individuo sacudía sus manos
con violencia; enfurecido, atrapó a su contendiente con ambas manos, dejando
caer su pan; y, mientras se liberaba una disputa por el alimento entre las
demás aves, empezaba a estrangularla. Ella movía sus patas y batía fuertemente
sus alas; en su desesperado intento había perdido varias plumas; todo había
sido en vano. Jadeante, con el pico entreabierto, defecó en los pantalones del
sujeto; quedando finalmente inmovilizada.
El hombre sollozó; extendió sus manos, la liberó y se desgarró
incontenible en lágrimas, mientras ella permanecía desfalleciente junto a él, en
la vereda.