En calle Melgar, silenciosa como cada mañana, surgió aquello que
milagrosamente salvaguarda lo cotidiano.
A lo largo de la calle, una hermosa mujer caminaba sobre la acera, imprimiendo
un sonido sensual que retumbaba en sus nalgas; pues, llevaba zapatos de tacón,
pantalones ceñidos, desde sus tobillos hasta sus caderas, y una chaqueta que
resaltaba la prominencia de sus pechos. El milagro se hizo inevitable al cruzarse
con un tipo, quien al verla reluciente, se detuvo junto a un poste de extensión
eléctrica para deleitarse con cada paso que ella daba.
El momento mágico se había consumado, el sujeto la observaba y ella
correspondía incrementando su sensualidad.