sabato 25 settembre 2010

Arrebato

Junto a un árbol del jardín de la facultad de Economía, contiguo a las bancas de madera que utilizan para sentarse a conversar, comer o simplemente para darse un respiro, se encontraba un estudiante sentado en el césped. Por su aspecto, se podría decir que estaba vestido para dar una exposición, habitual para los universitarios.
Las bancas alrededor de una plantación de rosas estaban desocupadas; pero, él ya había optado por no ocupar ninguna. Tenía en su regazo un portafolio sobre el cual revisaba y enumeraba algunos papeles; manteniéndose ocupado casi toda la mañana.
El ruido provocado en los pasadizos del edificio por la aglomeración de estudiantes al salir de las aulas, hizo que se detuviera un instante; dejó el bolígrafo sobre las hojas, miró su reloj, estiró los brazos hacia arriba, se acomodó el nudo de la corbata; en seguida retomó los papeles y prosiguió con las dos últimas hojas que tenía apartadas entre su pulgar e índice izquierdos. Después, guardó el bolígrafo y los papeles en el portafolio; se puso de pie, se sacudió el traje; y, antes de caminar, cayó bruscamente.
El estudiante permaneció de bruces contra el césped hasta el atardecer; luego de haberse puesto el sol, movió lentamente sus manos, se desplazó hacia un lado y se echó boca arriba; al mismo tiempo, sus lágrimas se deslizaban hacia sus oídos.

venerdì 13 agosto 2010

La representación de una crucifixión robotizada

El hombre para asegurar su existencia tendrá la necesidad de reescribir la Biblia y replantear la existencia de Dios.

Este replanteamiento fue surgiendo desde los Tótems hasta la repentina encarnación de una divinidad omnipotente a imagen y semejanza del hombre. Por lo tanto, ya robotizado el hombre, la iglesia tratará de impartir la bendición de un Dios… también robotizado.

mercoledì 16 giugno 2010

Despojo

Es habitual ver palomas en espacios mayormente abiertos; y la Plaza Mayor es uno de los lugares que posiblemente prefieren más. Se precipitan para conseguir alimento; no importan las caricias o las patadas de los niños que, emocionados con la naturaleza, piden más comida para preservar el mayor número posible de las encantadoras aves a su alrededor; es ambición de cada niño que visita la plaza.
Cualquier otro sitio también es bueno para encontrar alimento; es posible hallar migas o granos en la calle. Pues, no siempre es suficiente la generosidad de los niños.
Entre las calles Santa Catalina y Ugarte, precisamente frente al Monasterio de Santa Catalina, una paloma revolotea insistentemente sobre un trozo de pan seco al borde de la acera, mientras un grupo de turistas se dispone a visitar el convento. Los transeúntes ignoran la ardua batalla que mantiene la veterana ave con su duro alimento y los vehículos pasan a toda velocidad; no hay fastidiosas caricias ni tiernas patadas; pero el trozo de pan seco se rehúsa a las ansias de su depredadora; por lo que, después de tomar un breve descanso, la voraz ave, agitando nuevamente sus alas, se precipita furiosa sobre su presa y arremete varias veces con su pico; sin lograr nada.
Luego de una intensa batalla en la vereda, el trozo de pan es derribado hacia el abismo; donde inevitablemente será triturado por las ruedas de algún automóvil.
La victoria es definitiva cuando un taxi arrolla al pan, dejándolo molido; más exquisito que antes. Pero, a medida que pasan los vehículos, sin darle tiempo a nuestra vencedora ave de tomar lo que le corresponde, el pan molido se va dispersando entre los neumáticos, hasta desaparecer por completo.

martedì 26 gennaio 2010

Rutinario

Luego de haber vagado por calles desconocidas desperté en casa; y, anunciado por un prolongado bostezo, todo volvía a ser rutinario. Debía mirar el reloj, levantarme, bostezar varias veces, pasarme las manos por el rostro, volver a mirar el reloj, tender mi cama, cepillarme los dientes, darme un baño, cambiarme la ropa interior, los calcetines, el polo negro por otro igual, ponerme los mismos pantalones y las mismas zapatillas, desayunar, cepillarme nuevamente los dientes, no peinarme, coger mi única mochila, despedirme y salir a tomar una combi para ir a la universidad.

Después de haber salido de clases, decidí ir a la biblioteca. Solicité el catálogo de obras literarias y elegí Todos os nomes. Distinguí un lugar alejado para sentarme, un sitio donde no habría alguien que interrumpiera mi lectura. Ya sentado, me dispuse a hojear la novela de José Saramago; me encontraba a punto de empezar con el ritual, aquel pacto que me incita a emprender un viaje por la obra literaria hasta llegar al final. Traté de ignorar todo lo que acontecía al interior de la biblioteca; pero, mi concentración se vio interrumpida por la estrepitosa forma de obrar de un sujeto que manipulaba piezas de ajedrez sobre la mesa. No insistí más; y así, mi rutina se torna cada día más monótona: vagando en lo recóndito de mi mente, caminando por las calles, perdido en mis cavilaciones. Todo esto me induce a la misma rutina; y lo advierto cada vez que despierto en casa, porque, luego del prolongado bostezo, debo mirar el reloj, levantarme, bostezar varias veces, pasarme las manos por el rostro, volver a mirar el reloj; y, lo demás, también debe seguir casi en estricto orden.