El jardín de la universidad era
ideal para poder continuar con su lectura, no había nadie; las bancas alrededor
de una plantación de rosas estarían disponibles sólo para él. Sin embargo, al
cabo de unos minutos apareció una mujer que al verlo leyendo, desde luego, se
iría; pero, no lo hizo.
Él la miró de reojo, y advirtió que
ella le estaba sonriendo tiernamente; ruborizado volvió inmediatamente su
mirada hacia el libro. Ella tenía el cabello largo, recogido hacia un lado en
una cola levemente ondulada; llevaba unos pendientes de perla y un collar de
plata. Vestía un top lila escotado con tirantes que resaltaba perfectamente la
prominencia de sus pechos y la sensualidad de su espalda, unos leggings negros
que se amoldaban exquisitamente desde sus caderas hasta sus tobillos, unos zapatos
de tacón y un bolso, también negros.
Al acercarse a él; puso su bolso
sobre la banca, lo abrió, sacó un plátano y empezó a pelarlo con delicadeza, indicándole
al muchacho poner el libro a un lado. Él acogió enseguida el espléndido culo de
la dama sobre su regazo. Su esbelta silueta, su sonrisa, sus ojos, sus labios,
su boca y su lengua… era una mujer muy hermosa. Ella empezaba a recorrer el
plátano con su lengua, mordisqueándolo levemente; excitada, mirando al muchacho,
se introdujo casi la mitad del fruto, lo mantuvo por un instante en su boca,
sosteniéndolo con su mano derecha, mientras se acomodaba el cabello con la
otra; luego, empezó a chuparlo, una y otra vez, recorriéndolo lujuriosamente
con su lengua; dándole besos y ligeros mordiscos; al hacerlo, libidinosa gemía;
meciéndose sobre él, revelándole la gloria de vivir.
Esa lasciva representación concluyó
cuando ella dio la primera mordida para empezar a comer su refrigerio. El
muchacho la tenía rodeada por la cintura; y el libro aguardaba extendido sobre
el bolso. Soy María, dijo ella; envolvió la cáscara en un papel; y se fueron
jalados de la mano.
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